Mi alumna, emocionada, me relata sobre los personajes de una serie que se encuentra viendo. Me dice el título y me pregunta si ya la vi y le digo que no la he visto para no entrar en detalles con una pequeñita ilusionada con el mundo que va aprendiendo a percibir que realmente me causan mucha flojera las series que todo mundo ve.
Conforme me va describiendo a los personajes reconozco todos los elementos del mito Arturiano y mientras progresa su relato le interrumpo para explicarle que cierto personaje no es sólo bueno sino que en realidad es el arquetipo del héroe involuntario que no desea serlo, le hablo de la dama del lago y del conflicto entre las manifestaciones de la magia de Merlin y Morgana.
Mi alumna vuelve a preguntarme por qué sé tanto sobre su serie si no la he visto. Y una sonrisa fractura mi expresión fatigada mientras busco un modo conciliador y amable de contarle que décadas antes de que NETFLIX fuera el evangelista de las nuevas generaciones yo pasaba horas y horas leyendo, construyendo castillos, preguntándome por el Merlín de alguna serie setentera de comedia, el dramático y enigmático Merlin de Nicol Williamson o sus muchas encarnaciones de dibujos animados y libros infantiles.
Me limito a decirle que los personajes que me describe han sido contados una y otra vez y que permanecen gracias a que cada generación se enamora de ellos y los vuelve suyos.
Y aquí es donde refrendo la parte de mi que no entienden mis críticos. Entiendo que el mundo está en tránsito constante del punto A al punto B.
Una vez, en años tan pasados que se antojan de una vida distinta, yo mismo fui el niño que sacó la espada de la piedra, desconcertado y sin saber las responsabilidades y elecciones que traerían y de quien un anciano Maestro le tocó aconsejar y observar con esperanza a veces, con orgullo otras y muchas veces con tristeza cómo el camino del héroe involuntario está lleno de momentos inolvidables pero también de traición, errores, fatuidad, reclamo y al final amargura y conocimiento.
Siempre comienzas con muchas preguntas, con indecisión, con sueños y deseos de cambiar al mundo. Y los Lancelots, las Guineveres, las Vivianes, los Mordreds y los Percivals te acompañan a dar sustancia a tu camino. Pero todos los afanes llevan a un esplendor, éste a las envidias, éstas a las batallas y luego de las batallas cuando el humo se ha desvanecido y el polvo se ha aposentado sólo queda llorar a los muertos y añorar los reinos perdidos.
Quizás por eso celebro tanto mi amistad con muchos Arturos.
Que empuñan su espada por vez primera y que esperan salir a conquistar un reino.
Porque el sueño de cada uno hace que la leyenda se renueve y...
¿Quién lo sabe?
Quizás un día se narre sin tragedia ni traición.
Eso deseo.
Mientras, mi sonrisa permanece tanto como puedo con mi alumna contándome llena de emoción sobre su serie favorita.
Arturo seguirá con los nueve afamados mirándome desde la roca para recordarme que a veces los jóvenes caballeros escuchan a los magos que hablan enigmas de dragones para que el tiempo pase y se transformen los caballeros en magos que hablan de dragones a los jóvenes caballeros y eventualmente éstos vuelvan a transformarse ya sólo en dragones relatados por magos que así aleccionan y sorprenden a jóvenes caballeros.
Un ciclo que jamás termina.
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